Los vasos forman una muralla con el fin único de impedir que los cubiertos sean arrojados a la pileta. Es decir, primero se ubican, siguiendo una línea, las copas, seguidas por, como escribí anteriormente, los cubiertos. Pero no de cualquier manera; primero se arrojan, formando un “colchón”, tenedores y cuchillos, que sirven de apoyo a cucharones y espátulas, es decir, formas agigantadas que, en el caso de estar ubicadas en el denominado “colchón”, no harían más que desgarrarlo por los amplios vacíos que dejan a su alrededor. Llega el turno de los platos, los que se disponen en un ángulo no mayor a 45°, apoyados sobre un vaso o bien por encima de la almohadilla de cubiertos (en caso de que ésta permita el ángulo correspondiente), con el objetivo de posibilitar el posterior escurrimiento del agua, lo que colaborará en un futuro al secado de los mismos. Finalmente se nos presenta lo que considero como “lo peor que puede pasarle a uno en la vida”, o bien, el lavado de ollas, fuentes, sartenes, etc. etc. etc. En este último paso, se procede al uso de la inteligencia o astucia de quien efectúe el lavado, es decir, es la senda donde uno explota sus neuronas y acude a lo que nos hace únicas personas, la individualidad. En caso de que durante la noche se escuche algún ruido proveniente de la cocina, y de que precisamente ese sonido presente similitud alguna con el de una sartén desplomándose sobre el suelo, la persona deberá tomar los recaudos suficientes, ya sea quemando otra de sus neuronas o bien acudiendo a un especialista, para que la próxima vez que sea su turno de lavar los platos, lo que a esta altura ya forma parte de una rama del arte, lo haga a la perfección.
Y pensar que alguna vez me definieron como “asquerosamente ordenado”..
Y pensar que alguna vez me definieron como “asquerosamente ordenado”..
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