sábado, 25 de septiembre de 2010

Orden!..

Los vasos forman una muralla con el fin único de impedir que los cubiertos sean arrojados a la pileta. Es decir, primero se ubican, siguiendo una línea, las copas, seguidas por, como escribí anteriormente, los cubiertos. Pero no de cualquier manera; primero se arrojan, formando un “colchón”, tenedores y cuchillos, que sirven de apoyo a cucharones y espátulas, es decir, formas agigantadas que, en el caso de estar ubicadas en el denominado “colchón”, no harían más que desgarrarlo por los amplios vacíos que dejan a su alrededor. Llega el turno de los platos, los que se disponen en un ángulo no mayor a 45°, apoyados sobre un vaso o bien por encima de la almohadilla de cubiertos (en caso de que ésta permita el ángulo correspondiente), con el objetivo de posibilitar el posterior escurrimiento del agua, lo que colaborará en un futuro al secado de los mismos. Finalmente se nos presenta lo que considero como “lo peor que puede pasarle a uno en la vida”, o bien, el lavado de ollas, fuentes, sartenes, etc. etc. etc. En este último paso, se procede al uso de la inteligencia o astucia de quien efectúe el lavado, es decir, es la senda donde uno explota sus neuronas y acude a lo que nos hace únicas personas, la individualidad. En caso de que durante la noche se escuche algún ruido proveniente de la cocina, y de que precisamente ese sonido presente similitud alguna con el de una sartén desplomándose sobre el suelo, la persona deberá tomar los recaudos suficientes, ya sea quemando otra de sus neuronas o bien acudiendo a un especialista, para que la próxima vez que sea su turno de lavar los platos, lo que a esta altura ya forma parte de una rama del arte, lo haga a la perfección.

Y pensar que alguna vez me definieron como “asquerosamente ordenado”..

sábado, 11 de septiembre de 2010

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Llega el viernes y ni bien NO suena la alarma, ya que hace más de una semana me despierto con la vibración de un celular que ya no suena, pienso en la culminación de mi ardua semana y eso me da las últimas fuerzas para levantarme a sufrir mi último día laboral de la semana. Pienso en que, una vez terminada la jornada, finalmente voy a poder ir a la cama y dormir sin restricción alguna, lejos de toda posibilidad de salir a emborracharme por ahí. Curiosamente, y motivo de estas palabras, 9.30 de la mañana me despierto, algo que nada tiene que ver con mi perrita ladrando justo al lado de la ventana de mi habitación, de MI habitación dije, a ver si mis hermanos dejan de entrar a cada rato a buscar algo (y encontrar otra cosa), o con mi viejo hablando por teléfono desde la cocina con el tipo del vivero, para que yo me entere y ahora pueda nombrarles cuáles van a ser las plantas que en un futuro van a estar creciendo en mi patio, y, en resumen, me encuentre en mi estado más lúcido, listo para escuchar una clase del arquitecto Panvini, nada menos que un lunes, a las 8 de la mañana!

sábado, 4 de septiembre de 2010

Qué mosquitos que hace afuera!

Bien, siguiendo con mi modo de discurrir la vida a través de las quejas, llegué a darme cuenta de una nueva imperfección que hace que pueda escribir estas palabras. Si durante el invierno hace frío y durante el verano hace mosquitos, ¿cómo no voy a quejarme?