¿Quién dice que las cosas llevan una previa organización? ¿O que al menos las mejores son así porque fueron mejor planeadas? Discrepo totalmente.
Una noche diferente, a la deriva, “adonde el viento me lleve” como dicen muchos aventureros. Bajar del bondi, recorrer varias cuadras buscando a un ser que tenga aquel elemento que el día en que fue descubierto cambió totalmente la vida de las personas. Llegar al lugar donde se encuentra el acompañante de esa noche totalmente distinta, ese lugar que le provee lo necesario para pasar sus días. Conocer el ambiente, charlar y conocerse. Pasarla bien, ése es el fin. A medida que transcurre la noche, partir de ese territorio con otras intenciones, sin dejar la idea de seguir pasándola bien. Llegar a su entorno, y prepararse para alzar el vuelo (¡qué buena frase! La encontré en “sinónimos”)
Una vez afuera, ver que se aproxima una tormenta, y por qué maldecir, si por algo pasan las cosas. Nada es porque sí. Buscar un bar, pero terminar yendo a otro. Pedir una cerveza. Una cerveza dije, no una cerveza caliente. Y como todo, también tiene una explicación: algo anda mal… ¡la heladera! Nos fuimos, y no sólo por la mala atención sino porque buscábamos otro entorno, más festivo. Al llegar al lugar que pretendíamos desde un principio, nos percatamos de que se encontraba cerrado. Claro, eran las 6 de la mañana. En ese momento se toma otra decisión, como las de toda la noche, sin previa organización. “Vamos a un lugar donde pasen buena música y vendan cerveza” (fría). “Y bueno, ese lugar es el willie”. Nos encontrábamos lejos, por lo tanto decidimos buscar el medio que mejor nos alcance, es decir, un taxi. La búsqueda se hace intensa. Caminamos un par de cuadras, hasta que finalmente encontramos uno. “Ya llevó gente al willie?” “La verdad, es el tercer viaje de la noche”. “Ok, está bien”. Malos pensamientos nos acechan, es por eso que Dios nos otorgó uno izquierdo. Quizás la razón fue: si hay uno derecho, también debe haber uno izquierdo. Y claro, sino sería el del medio. Al arribar al templo del rock y del blues, nos encontramos con lo peor que nos podía suceder. ¿Lo peor dije? Retiro lo dicho. Nada es “porque si”. Se encontraba totalmente cerrado. Pero las hamburguesas… ¡qué buenas que estaban! En realidad, las hamburguesas y las no hamburguesas. En ese instante continuamos con el recorrido, sin un destino cierto, pero con el mismo fin de siempre: pasarla bien. ¿Y cómo pasarla bien? Fácil, comprar una cerveza y escuchar música. Todos encontramos la felicidad en ese par de cosas. “¿Qué música pasan ahí?” “Rock”. “¿Nacional o internacional?” “Un poco de todo, pero más nacional”. “Costumbres Argentinas”. ¡Qué pregunta pelotuda! 8 de la mañana. Y como en casi toda la noche, la cerveza diciendo presente. La cerveza hace la felicidad. Pero la felicidad no hace la cerveza, de eso se encarga la malta. Sentados en una plaza, planeando actividades para un futuro, cercano o no, no sabemos. También reflexionamos. Costó expresarse (leer todo el texto anterior para saber la razón de este inconveniente) pero si hay algo que rescatar es lo siguiente: “si pensamos en todas las oportunidades en que tomamos cerveza, creo que no hay un minuto del día en que no lo haya hecho”. De repente y cuando menos se lo esperaba, se termina el vaso. Y cuando no queda bebida, es como si se rompiera una taza. ¡Cada cual a su casa!
martes, 23 de diciembre de 2008
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