Mientras
que el flaco se despide de su familia, hay una niña que llora. Llora mientras lo
abraza, no quiere dejarlo ir. Quizás tenga miedo de no volver a verlo. O simplemente,
y para quitar dramatismo, la angustia la idea de no tenerlo por unos días. El flaco,
por fin, se sube al colectivo. El flaco, ahora Lucas, va a viajar durante 24
horas para ver a su equipo. Su equipo juega mañana, y el partido sólo dura 90
minutos. La niña, que sigue llorando, es la sobrina. No sabe de dónde va a
sacar plata para comprarse otro tío, me cuenta Lucas, mientras sonríe. También,
me comenta que los amigos le hicieron una despedida la noche anterior. Claro,
quizás para Lucas es el evento más emotivo que tuvo en su vida. Y yo lo
entiendo. Y lo comparto, también. No precisamente por los colores, sino por esa
pasión. Lucas es una persona muy sociable. Habla con todos arriba del
colectivo. Les cuenta su historia. Me cuenta su historia. Toda su historia. Cada
vez que el colectivo para, Lucas compra un par de cervezas para compartir,
claro, mientras me sigue contando su historia. Lucas me acompaña desde Salta
hasta Rosario. Pero él sigue hasta Buenos Aires. Quizás recién cuando me baje, intente
dormir un rato, porque, hasta ahora, Lucas no durmió ni un minuto. Lucas no me
dejó dormir ni un minuto.
jueves, 14 de julio de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario