sábado, 17 de enero de 2015

Momentos de supermercado.

Demasiados momentos y tan dispares cuando se trata de ir al supermercado. Abrir la heladera e instantáneamente empezar a pensar que ya es momento de organizarse para dar paso a lo que será una mañana o una tarde perdida. Una vez que estás ahí, se entrecruzan las sensaciones entre repasar qué es lo que verdaderamente hace falta, qué es lo que nos gustaría tener cuando abramos la puertita de la alacena (esa que siempre estuvo algo falseada y nunca “tuvimos tiempo” para arreglar), y esa alegría que corre por las venas como va a correr el vino que nos damos el gusto de llevar. Después de eso, una vez ya en la caja, ver el monitor que va sumando billetes y observarlo de forma semejante al momento en el que el Pipa le pega mordido y se pierde el gol que nos hubiera dado el Mundial. Y para terminar de cagarla, tener que cargar con esas bolsitas que nunca aguantan y que si usas doble los ecologistas te miran mal y porque encima las usas para la botella de vino porque sos un borracho que ya está perdido. 

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