Parece ser tan incómoda la torpeza de tropezarse, que uno ni
siquiera piensa en las consecuencias físicas de la misma. Tal es así que uno
puede romperse la cabeza contra un escalón, o bien partirse algún que otro
diente, pero tales secuelas no se comparan con la sensación de saber que
alguien te está mirando y se está riendo de vos. No con vos, sino de vos. Por
eso creo que la persona que comete el acto de tropezar, aunque empiece a
escurrir la sangre por su cara, instantáneamente levanta la mirada para ver
quiénes y cuántos son los que están viviendo ese buen momento de saber que
siempre existe alguien más desgraciado que uno.
domingo, 16 de septiembre de 2012
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