Siempre me cagan.

Diciembre y mi deseo para el año que viene es que me toque la copa que más tiene cuando brindemos. 

Depende.

Doble moral es que te enseñen que un tropezón no es caída y al mismo tiempo a cagarte de risa porque un tipo besó el piso por ir boludeando con el teléfono. 

Más diciembre.

Diciembre y mis preocupaciones giran en torno a partir de cuándo empiezo a despedirme con un “Que arranques bien el año”. 

Herencia.

Quizás algún día desaparezca y la gente utilice mis comentarios para describirme. Van a pensar que la pasaba como el orto. Van a tener razón. 

Encuesta.

Del 1 al 10, ¿cuánto queras que te odien si se te ocurre llamar por teléfono a la hora de la siesta en un día de lluvia? 

Ojalá nunca te pase.

El ansioso sólo puede estar tranquilo si, durante el día, se olvida del asado de esta noche. El problema para el ansioso es que se acordó mañana a la mañana.  

Me mintieron.

Pasan los años y todavía sigo sin encontrar a alguien que me canjee las 3 tapitas + $5 que junté en el 99.

Hasta cuándo diciembre?

Diciembre y los monólogos acerca de la maldita fruta abrillantada en el pan dulce.

También diciembre.

Diciembre y ya estoy pensando en las metas que no voy a cumplir el año que viene. 

Diciembre.

Diciembre y los planes con gente que no viste en todo el año que te re parió.